Cuando miras a alguien que observa un móvil, lo que mira a su vez esta persona es un misterio. Dos personas pueden encontrarse en el mismo sofá y cada uno de ellos flotar en un universo diferente. Digo universo porque así es: una constelación de contenidos que se relacionan unos con otros, proporcionando una visión del mundo a su medida. Mi internet, por ejemplo, es un internet de chica. Leo las newsletters de Ainhoa Marzol y de Carmen Pacheco, y me divierten los vídeos de Marita, porque es piloto y bruja. Le pregunto a mi pareja y él me dice que lo mejor de X son ahora los chistes de fútbol de @u_arroba y @vvvhannah, y que un tipo que limpia piscinas en TikTok tiene 15 millones de seguidores. Su internet es un internet de chico y por tanto, “un lugar misterioso y oscuro” para mí, como escribió Rebecca Jenninggs en el texto que bautizó la diferencia el año pasado, The Girl Internet and the Boy Internet.
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